Yo soy Estambul












¡Soy Estambul, ciudad de ciudades, señora de las metrópolis, comunidad de poetas, trono de emperadores, favorita de los sultanes, perla del mundo! Mi nombre es Estambul y mis súbditos se llaman a sí mismos «estambulitas». De todas las ciudades del mundo, soy sin duda la más espléndida, misteriosa y terrible, una ciudad en cuyas costas los paganos, cristianos, judíos y no creyentes, amigos y enemigos por igual, han encontrado un refugio seguro a lo largo de los siglos, un lugar donde conviven el amor y la traición, el placer y el dolor. 

Yo, hija de Poseidón, milagro de los argonautas, emperatriz de las ciudades medievales, precursora de una nueva era, cuya estrella vuelve a brillar en el siglo veintiuno, soy la ciudad de la prosperidad y la ruina, de la derrota y de las buenas nuevas. Estambul es mi nombre. ¡Estambul soy yo! Lugar de extremos, donde toda la gama de emociones humanas se experimenta a un mismo tiempo, desde la más sublime a la más vil, desde la más noble a la más baja. ¡Yo! Mi nombre es Estambul, arcángel eterno y diosa de las ciudades. Los pueblos vienen y se van, y dejan una marca en mi alma; he visto su esplendor y su decadencia; los he visto nacer para después ser testigo de su declive; yo guardo sus vestigios mezclados en mis aljibes y panteones subterráneos.

Azul como la esperanza, verde como el veneno, rosácea como el amanecer; yo soy Estambul; estoy en el árbol de Judas, en la acacia, en la lavanda. ¡Soy azul turquesa! Soy lo insondable; la musa de la posibilidad, la vitalidad, la creatividad.

Mi nombre es Estambul. Así es como me llaman, y como me han llamado de un siglo a esta parte; pero he sido Constantinopla, ciudad de Constantino; empecé como Bizancio, y tuve muchos nombres desde entonces: la puerta de la felicidad celestial, Dersaadet, Dar’üssadet, Nueva Roma, Asitane, Daraliye, He Polis, Tsargrad, Stamboul, Qustantaniyyeh... Los mortales son así. ¡Siempre cambiando nombres, leyes y fronteras! Yo me río de los que se toman a sí mismos tan en serio en su efímero mundo mortal hecho de falsas ilusiones, miedos y sombras. Si a alguien se le hubiera ocurrido consultarme, yo hubiera escogido «Reina de todo aquello que contemplo», ya que eso es lo que soy, al fin y al cabo. Soy reina de reinas, ciudad de ciudades; he caminado con emperadores y sultanes, compartido las confidencias de viajeros y poetas. Autores en ciernes todavía hacen cola para escribir sobre mí. De hecho, ¡aquí mismo llega uno ahora!

Incluso el alma de una ciudad grande y noble puede sentir esa carga. Últimamente, me he sentido inquieta. Para no hacerme daño a mí misma ni a los quince millones de personas que residen en mí, busco distracción. Por eso he escogido este día para centrar mi atención en Yesilköy, mi vieja «Aldea Verde», ahora mi cara más moderna, donde se encuentra lo que llaman el «Aeropuerto Atatürk».

Este lugar empezó a ser conocido como Ayastefanos allá por el año 395 o 495, ahora no me acuerdo con exactitud. En la noche de aquella aterradora tempestad, mis invitados bizantinos todavía vivían aquí, y el pequeño barco que tenía que transportar los restos de San Estéfano a Roma se vio obligado a refugiarse en este puerto. Lo recuerdo como si fuera ayer. Me causaron un gran sufrimiento, cosa que, como es natural, desató la tormenta. Fue realmente una noche espantosa, con una tempestad cegadora. Los restos del santo languidecieron en el puerto a la espera de que amainara el temporal, pero su cuerpo nunca partió de aquel lugar y la iglesia donde finalmente fue enterrado recibió el nombre de Aya Stefanos, y de ahí el nombre del barrio: Ayastefanos.
Cientos de años más tarde, en 1926 o 1927, mucho después de la llegada de mis invitados turcos, el autor Halit Ziya Us, aklıgil, quien tenía predilección por aquel lugar, le puso un nuevo nombre: Yesilköy, y así se ha llamado desde entonces.

El motivo por el que hoy he dirigido la mirada hacia el aeropuerto es que quiero disfrutar del regreso de una ciudadana de Estambul que, hace muchos años, hizo las maletas con la ilusión de que me abandonaba para siempre. Me apetece divertirme un poco. Está furiosa conmigo desde hace exactamente trece años; huyó lejos de mí y mírala ahora, regresando a toda prisa. En breve, entrará en contacto con mi pista de aterrizaje. Se llama Belgin. Me proporciona un placer especial dar una buena acogida a aquellos mortales que, como ésta, partieron enfurecidos prometiendo no volver jamás y ahora regresan. Inevitablemente siempre encuentran algún pretexto para hacerlo. En este caso, Belgin de Bebek afirma haberse enamorado del escultor Ayhan de Adana, que ahora también vive en Estambul. 

Lo he visto una y otra vez; a lo que son realmente adictos es a mi amor. Pero este amor por Estambul no es un amor de naturaleza mortal. Siempre me llevan en sus corazones y, por eso, a mí deben regresar: tienen morriña, apego, me echan de menos, sus corazones arden en llamas a causa de un amor inextinguible que jamás podrán encontrar en ningún otro lugar. Un estambulita nunca deja de serlo. Soy la última canción en los labios de los desterrados moribundos. Soy dolor y poesía. Incluso para quienes imaginan que me han dejado por voluntad propia sigo siendo, de por vida, el hogar perdido, ya que soy el olor de la tierra, el olor salobre de la brisa marina, el material del que están hechos los sueños. Soy Estambul. Ciudad de la magia, ciudad de encantamientos, objeto del deseo del mundo.

Y, durante milenios, nadie ha logrado dejarme de verdad. ¡No dejaré que me abandonen! ¡No permitiré que haya desertores! Mi nombre es Estambul.







Buket Uzuner, Gentes de Estambul.

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