Doña Sara de La Mancha


En una tierra tan literaria como la de Don Quijote nació María Antonia Aurelia Isidora Vicenta Josefa Abad Fernández. Una mujer con tantos nombres estaba destinada a vivir muchas vidas. Y así fue, vivió la de todas aquellas que interpretó, vivió la suya propia y la de Sara Montiel, ese personaje creado por ella a su medida y a la de un Star-System hollywoodiense. El haber nacido en la Mancha también le debió marcar; su paisano Pedro Almodóvar dice que “el manchego es muy fatalista, sólo confía en la tierra y esta es muy cruel con ellos”. Sara dejó de confiar en la tierra para hacerlo en ella misma. Sin saber leer ni escribir consiguió triunfar en el cine y rodearse de los más altos intelectuales, porque otra de la característica de los de su tierra es el saber sobreponerse, seguir hacia delante, y por qué no, la capacidad de invención. Sara se inventó a sí misma y a veces adornó su biografía con pequeñas fabulaciones, tal vez porque de su vida hacía no sólo un sayo, también su propio libro en blanco.
Tras la Guerra Civil su familia abandonó el pueblo ciudadrealeño de Campo de Criptana rumbo a Orihuela, en Alicante, ya que su padre padecía de asma y el clima levantino era más favorable. Cuenta que allí su padre conoció a Miguel Hernández y que lo acompañaba cuando le llevaban medicinas a la cárcel. También que de la boca del poeta salió el mejor piropo que nunca le han dicho; Miguel le preguntó a su madre: “María, esta niña, tu hija, ¿es de verdad?”. 

En Orihuela fue descubierta por un cazatalentos mientras cantaba una saeta y empezó a prepararse para ser actriz en Madrid. Allí, a los 16 conoció al dramaturgo Miguel Mihura de 43 años y se enamoraron. Contaba Sara que él le leía los guiones y ella los memorizaba porque aún no sabía leer. Él le aconsejó ir a México a hacer películas. No pudieron casarse pero llegaron a publicarse las amonestaciones en la iglesia, paso previo. 
En México se encontró con gran parte de la intelectualidad española exiliada allí. Entre ellos estaba León Felipe que la enseñó a leer, a escribir y se enamoró de ella. Le compuso poemas como este:

En tus bellos pardos ojos
el sol de la Mancha ríe;
en tu boca los claveles
de tus labios hacen nido;
la rubia era, caliente
voló formando tu pelo,
y las bodegas, umbrías,
y el rojo vino, sombrío,
savia a tu cuerpo dieron,
como la tierra a las tejas,
pan que fuese de trigo,
ruboroso, bien oliente,
nutritivo y entrañable.
La Mancha es en ti mujer
y en mi corazón el dardo.

A parte de a León Felipe conoció a Alfonso Reyes, Indalecio Prieto, Alfaro Siqueiros, Alberti, Juan Plaza, Jorge Guillén, Frida Kahlo y Diego Rivera. Cuenta que se enamoró de Severo Ochoa, aunque estaba casado, y que sin embargo le fue infiel como Joe Kanter o Hemingway. Este último le ofreció su primer puro y le enseñó a fumar. En México triunfó, allí rodó la película Cárcel de mujeres, con el guion adaptado por otro español en el exilio Max Aub. Sara Montiel no fue a la escuela, todo lo que aprendió fue por contacto, carnal en muchas ocasiones, y siempre de parte de los mejores.


Su incursión en el cine mexicano que en ese momento estaba en pleno auge supuso que en Hollywood se interesaran por ella. Rodó tres películas, rechazó contratos millonarios y se enamoró de un director de cine, Anthony Mann. Su relación con este posibilitó que conociera a grandes figuras del Hollywood de la época. Son famosos sus diálogos con Gary Cooper, la última foto de James Dean donde aparece ella, los huevos fritos que el hizo a Marlon Brando o el episodio de protesta cuando no dejaron entrar en un restaurante a su amiga Billie Holiday por ser negra. No sabemos si todas son verdad, porque ella era una mujer excesiva, pero son prueba de esta personalidad. 

También afirma que en una cena conoció a Marilyn Monroe porque su marido Anthony Mann pretendía adaptar una obra de Arthur Miller, marido de ella. Muchas veces se ha comparado a las dos artistas, porque en determinados momentos han sido esclavas de su belleza y demasiadas veces su vida privada ha eclipsado a su talento. Las dos compartían un físico de infarto, una sensualidad abrumadora, una imagen impactante para la cámara, una voz bonita pero no deslumbrante, unos hijos que no vinieron –Sara sufrió once abortos-, ambas se rodearon de intelectuales, las dos estuvieron a punto de rodar con Buñuel, pero Sara rechazó dos papeles y a la rubia de Hollywood se lo impidió la muerte. En pleno éxito quisieron dar un giro a su carrera; Marilyn se fue a Nueva York, estudió en el Actor´s Studio y reclamó papeles más dramáticos; Sara, después de haber triunfado con El último cuplé, La violetera cuya banda sonora copió Charles Chaplin para Luces en la ciudad o Carmen la de ronda, basada, en el mito español, quiso demostrar sus dotes de actriz madura. En los 70 se entrevistó con Mario Camus, quería hacer algo distinto a lo que había hecho hasta entonces, pero al final volvió a hacer lo mismo, un melodrama donde cantaba, porque era lo que le gustaba a su público. Se titulaba Esa mujer y el guion lo escribió Antonio Gala. Tiempo antes había rechazado hacer de doña Jimena en El Cid en favor de Sophia Loren y más cercano en el tiempo, Almodóvar pensó en ella para el papel protagonista de Tacones Lejanos, aunque tampoco accedió a hacerlo. 

En los 90 Sara siguió codeándose con la intelectualidad. El gran escritor Terenci Moix la rebautizó con el epíteto de Saritissíma y para ella escribieron canciones artistas como José María Cano o Joaquín Sabina. También cantó poemas de Pablo Neruda. Y montó espectáculos donde se daba cita la flor y nata del país en torno a ella. Es mítica la actuación de Sara donde entonaba a su estilo un tango dedicado a Camilo José Cela, un Nobel ya viejo, bajo la mirada impagable de su primera mujer. 

Era la única de nuestras actrices que podía compararse con las grandes estrellas. Ella es mito, ya forma parte de la cultura pop y de eso que llamamos el imaginario colectivo, ella es la España de los años 50 pero también de los posteriores. Y aunque en los últimos tiempos bajó hasta el barro de los programas del corazón, nunca perdió su singularidad. Porque actrices hay muchas, pero estrellas muy pocas, y cuando se van, lo hacen con estrépito. Los periódicos han dicho que Sara “ha entonado el último cuplé”, “ha repartido la última violeta” o “ha dejado de esperar”. Lo verdaderamente cierto es que “entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió”. Vale.

Francisco Rodríguez

1 comentario:

  1. Si al cine español se le puede reprochar algo, ha sido la falta de estrellas, de auténticas estrellas. Ella fue mucho más que eso, estrella, mito, leyenda. Todo ello sin la condición exigida y esencial para serlo: morir joven o suicidarse. Sara Montiel, vivió su vida, saboreó su mito, forjó su propia leyenda y fue generosa con eso que tanto se verborrea ahora de la "marca España", lo fue con Campo de Criptana y por supuesto con Palma de Mallorca.

    Sara Montiel, nunca quiso cantar su definitivo y último cuplé y ese ha sido otro sueño que se ha cumplido.

    Gracias por pasar por el blog e invitarme a leer este estupendo post sobre la manchega universal

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